Tenemos casas para resguardar el cuerpo,
tenemos cuerpo para resguardar
quién sabe qué belleza desconocida
pero la resguarda y al mismo tiempo
la comprime, la domina, la retiene…
El trabajo surge a partir de la circunstancia histórica y social que nos tocó vivir.
Desarrollamos una hipótesis distópica que nació de las siguientes preguntas: ¿cómo es la vida en cada encierro? ¿Cómo se transita en relación a las diferencias sociales? ¿Cuáles son las formas que toman los hogares? ¿Cómo se transforman? ¿Qué velos se corren?
Tomamos la casa como dispositivo y como sistema de exploración de las nuevas conductas y estados emocionales a partir de la “cuarentena”.
Reflexionamos sobre una realidad diferente donde lo simple se vuelve extraño, donde el miedo lo tiñe todo.
Se hace imprescindible indagar y manifestar sentimientos propios, dándole también prioridad a lo ajeno.
Las casas cerradas pero aun así frágiles aluden a las salidas restringidas, a la obligación de no salir y al miedo al otro, a lo externo hostil y peligroso que nos lleva a resguardarnos y darnos cuenta de que podemos prescindir de casi todo lo impuesto como necesario.
Fue necesario adaptarnos a los cambios, atender al entorno y adquirir cierta capacidad de improvisación. Nada depende exclusivamente de nuestra voluntad: el sentido del equilibrio se alteró, experimentamos el vacío, la caída libre.
La obra se caracteriza por el uso de materiales y escalas diversas y por la incorporación de experiencias objetuales en las que hay formulaciones conceptuales y experimentales.
El silencio aparece como un componente fundamental, nuevo. Silencio poderoso. Sombras silenciosas.
El espacio, el tiempo y la escala aparecen como motivos en la obra. En algunos casos trabajamos con materiales que son al mismo tiempo símbolos y materia prima.
Contamos con algunos indicios, sin certezas de lo que nos espera.